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Colombia
PAZ EN EL PROCESO
Por Silvia Davila MM
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Bogotá / Copyright
Ilustraciones Google Images
Octubre 21, 2016
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In English Below
El Proceso de Paz en Colombia se encuentra en un estado frágil de equilibro si se mira desde el punto de vista de la negociación política, o en un maravilloso momento prometedor y constructivo si se mira desde el punto de vista de una sociedad reconstruyéndose a sí misma tras un largo período de enfrentamiento armado entre hermanos. También adolece en este punto de una polarización extrema entre los seguidores de dos figuras públicas - aprobar una coma del Documento hace a un Santista y criticar una coma del documento hace un Uribista - que tiende a reprimir o dejar a un lado un pensamiento independiente, crítico, distante, patriótico si se quiere, sobre un proceso cuyos resultados afectarán la vida de todos. El momento, por lo tanto, requiere de una lente más amplia para mirar un proceso que, tal como lo ha dictado su propia dinámica - La Habana, Cartagena, el Plebiscito, el No, el Nobel y el nuevo Acuerdo - avanza paso a paso, por etapas.
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Las guerras son tan humanamente absurdas y complejas en su resolución que aveces tiende a olvidarse lo que la Paz realmente busca por derecho y por lógica. Una guerra, por definición, es el enfrentamiento armado de dos o mas grupos. Finalizar la guerra, por lo tanto, implica bajar las armas de ambos lados. Por elemental que suene ese es el fin de la guerra. La Paz, por el contrario, lo que hace es definir lo que será la vida después de la guerra para los de que dejaron las armas, claro, pero sobretodo para la numerosa población civil atrapada entre dos fuegos durante un largo período de tiempo. El fin de la guerra es para los armados, la Paz es para los desarmados que, después del fin de la guerra son cuarenta millones de almas. Al tratarse de Todos - los que sufrieron muerte y destitución y los que sufrieron el atraso que implica la guerra, todos - entran a jugar variables más atadas al interés general y al bien común que a los intereses específicos de quienes hacían la guerra de ambos lados. El bien común en el caso específico del proceso Colombiano, sin embargo, está dividido en torno a las diferentes percepciones de lo que fue el conflicto armado. Es claro que la guerra - y por lo tanto la Paz - se discute en las ciudades desde el intelecto, el análisis y la política, en tanto que en el campo se siente en carne y hueso como la única salida a sus dolores sostenidos. La percepción de la Paz no es la misma porque unos vieron la guerra de lejos y otros vivieron bajo ella. Este hecho en sí mismo crea una división al interior de proceso de Paz de los desarmados, porque la terminación del conflicto involucra solo a los armados. Por lo tanto, el terreno común que se necesita para envolver a todos en un acuerdo no está en el pasado atado a esas distintas percepciones sino en el futuro común que se puede construir sin la presencia del conflicto armado. Un futuro que interesa a todos los desarmados no tanto en relación a una negociación política que endurece posturas individuales y que los observadores desprecian (63%), sino en términos de la vida práctica y cotidiana. Un ejemplo para ilustración:
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De todos los puntos del Acuerdo Final que ahora se discuten el único que no ha salido a colación es uno que interesa e impacta a los cuarenta millones - el impulso al campo - que de aplicarse y en efecto dominó, literalmente sembraría crecimiento, desarrollo, alimentos, infraestructura, empleo, comercio, competitividad y la oportunidad negada durante cincuenta años de vivir y trabajar en paz. Lo que el fin de la guerra deja para la Paz es productividad con todos sus derivados de crecimiento (educación, salud, etc). Eso es lo que la Paz implica para los cuarenta millones que la conforman, independientemente del acuerdo político que pone fin a la guerra. Una guerra que tuvo sus orígenes en el abandono de la gente y que, por lo tanto, puede subsanarse y evitarse invirtiendo en ella.
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En ese mismo orden de ideas la Justicia que la gente necesita como colectividad no tiene tanto que ver con el número de años de cárcel, con este guerrillero o aquel general sino con la certeza de que la sociedad que los alberga y el Estado que ejecuta su mandato establecerán rígidas y claras fronteras sobre lo que no se puede hacer ni aún en la guerra porque, como sociedad civilizada, tampoco lo perdonará en la paz. Un límite claro que proteja a los desarmados. Ejemplo para la ilustración: Un collar-bomba en una niña!, el descuartizamiento de un anciano!, tiros de gracia a jóvenes inocentes, masacre de familias y todos los demás crímenes de lesa humanidad cometidos durante la guerra por ambas partes, deben servir, no para satisfacer venganzas personales, sino para establecer un límite perentorio frente a cualquier nueva posible ocurrencia en el futuro. Un limite para garantizar el bien común de los desarmados. En ese sentido, la Paz para la gente es conseguir la seguridad de que la Justicia los protege hoy y los protegerá mañana. Para alcanzar ese objetivo, los involucrados de todos los lados deben entender y aceptar que todos deben algo, todos deben cargar con algo, todos deben ceder algo y todos pueden aportar algo a la sociedad que se reconstruye con el proceso de Paz. De ese modo, se evita el riesgo de que el final de la guerra se convierta en escampadero de pellejos de todas las procedencias y sea lo que necesita el proceso, un acuerdo nacional de paz y convivencia. La tensión política presente en el trámite en curso y representada en las diferentes ramas del poder, tiene la responsabilidad histórica de ceder en aras de velar por la protección de los cuarenta millones de habitantes ahora y en el futuro.
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El acuerdo de Paz, por lo tanto, de hecho e irónicamnte lo que hace es re-sancionar el acuerdo original que ha regido y que rige la vida del país: la Constitución. La Constitución que, entre otras cosas, se redactó sin discriminación de género, precisamente, porque aplica a todos, ha sufrido en las últimas décadas el infortunio de convertirse en la herramienta para conseguir objetivos temporales por los diferentes gobiernos. La Constitución, por definición, es atemporal, universal y hogar de los derechos de todos. En ese sentido, incluirle trescientas páginas para traer al redil siete mil personas en una población de cuarenta millones denota una deficiente capacidad de síntesis, por decir lo menos, y afecta la estructura jurídica global en aras de solucionar un momento en el tiempo. El Acuerdo sí requiere de un anclaje jurídico que proteja sus decisiones del vaiven político pero, precisamente, porque es un Acuerdo, el anclaje debería surgir de los poderes establecidos y existentes para Gobernar al país (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) en cualquier momento del tiempo. Tendría poco sentido que delegar esa responsabilidad frente a los conflictos derivara en una Constitución a retazos. Una Constitución que ha prestado su servicio.
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Si hay algo fascinante en medio de una guerra tan prolongada, de conflictos tan complejos e intrincados, del atraso que la guerra ha generado, de egoísmos, crueldad e insensatez, es ver cómo el(la) Colombiano (a) en la esencia de su ser respeta la Democracia. Lo hizo como una luz única durante el período de dictaduras militares en el continente, y lo acaba de corroborar en el Plebiscito. El sistema que elegimos, que la Constitución define y que todos aceptamos es el hilo que entreteje la sociedad que se reconstruye con este proceso de Paz. Lo que la Paz le propone a cada individuo es que cambie el mundo si quiere por la vía del partido político, el proselitismo, la capacidad de convencer y de vender sus ideas para llegar al poder mediante los votos de la gente. En ese sentido, y porque así lo define el sistema, todo cargo de representación en cualquier entidad o estamento debe pasar por las urnas. Conseguir cargos de representación por cualquier otra via que no sea el voto popular para solucionar un problema en el tiempo, de hecho y en rigor, hiere el sistema democrático como un todo y para el futuro. Aquí también el interés general sin distingo alguno es superior a la necesidad de un momento específico. Los que dejaron las armas deben sentir la bienvenida a la sociedad - aceptación, protección, financiación - pero deben pasar por las urnas. Ese es el sistema que la sociedad respeta y que quiere preservar para el futuro.
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Colombia debe ser consciente, hoy más que nunca, que de todas las guerras que se han dado en el planeta en los últimos tiempos, la suya es la única fratisida durante cincuenta años. Lo que se está buscando es la Convivencia que solo puede conseguirse, aquí y en cualquier parte del mundo, mediante la Tolerancia, esa virtud mediante la cual se entiende que el mundo es un complejo y variado conjunto de diversidades de pensamiento, de visiones, de formas de actuar y de ser. Es la comprensión de que los derechos del individuo como tal pertenecen a su privacidad e intimidad, pero en el momento en que pasan al terreno colectivo pertenecen a la aceptación y respeto por la Diversidad que no es una simple palabra, es la pura y llana realidad. Así es el mundo. Por eso, para alcanzar La Paz es necesario encontrarla en el proceso. Por eso es que este momento es mágico y maravilloso, porque Colombia tiene al alcance de la mano la posibilidad de poner fin a la insensatez sostenida para abrirse a un acuerdo respetuoso de convivencia que incluye la competencia y aun el enfrentamiento de ideas mediante el sistema democrático que rige la vida del país. Perdonar no es olvidar se ha dicho y es verdad. Los corazones rotos difícilmente encuentran posibilidad de reconstrucción. Pero es allí, precisamente, donde radica la grandeza: porque se conoce el dolor que dejo la guerra, el corazón roto puede, ayudar, ceder, aportar para que lo que los hirió no le suceda a otros. En ese sentido, los líderes del proceso tienen una responsabilidad de dimensiones insospechadas. No solamente las figuras políticas visibles, sino también todos aquellos que en sus propias vidas, disciplinas y lugar de residencia lideran la Paz de la gente capaz del amor, el perdón y la participación en la reconstrucción de la sociedad en la que vivimos y del pedazo del mundo que nos fue concedido.
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Este momento del proceso requiere que los egos, vanidades e intereses personales se guarden ya no en un cajón sino en una caja fuerte que pierda la combinación, que las fuerzas políticas incluidas la de los que dejan las armas revistan el oficio de la grandeza que la historia les demanda, que los poderes establecidos por la democracia se unan en una acción constructiva que deje huella para el futuro, y que la gente empiece la paz por la esquina de la cuadra. Ese esfuerzo individual - calle a calle, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad - con la fuerza del dolor dejado atrás y la esperanza e ímpetu de un futuro común prospero y pacífico, es el que en últimas llevará todo este esfuerzo que inició y trabajo con esfuerzo este gobierno, que alimentan las diversas fuerzas políticas, que cuenta con el apoyo y asesoría internacional y que tiene a la gente en la calles, el que llevará toda esta historia a un final feliz. /Silvia Dávila MM, Earthpipol, Oct. 21, 2016
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PEACE IN THE PROCESS
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The Peace process in Colombia is in a fragile state of balance when seen from the point of view of the political negotiation, or in a wonderful constructive state when seen from the point of view of a society rebuilding itself after a long period of armed confrontation among brothers. Also, it suffers at this point of an extreme polarization between followers of the two main political figures - to approve a comma of the Final Document makes a Santista and to question a comma of the Final Document makes an Uribista - which restrains a free, analytical, distant, patriotic if you like, thinking about a process that will impact everybody´s life. The moment, therefore, requires a wider lens able to look into a process which inner own dynamics - La Habana, Cartagena, the Referendum, the No answer, the Nobel prize and the new agreement on course - makes it advance step by step, by stages.
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Wars are so inhumane and complex to end that sometimes people tend to overview what Peace truly looks for by right and by logic. A war, by definition, is the armed confrontation between two or more parties. To end a war, therefore, implies putting down weapons on both sides. As elementary as it sounds, that is the end of the war. What Peace does, on the contrary, is to define how life will be after war for those that left weapons, of course, but also and more important, for the huge civil population trapped between two fires for a long period of time. The end of the war is for those that were armed while Peace is for those that were unarmed, forty million souls. As Peace implies everyone - those who suffered destitution and death, and those who lead undeveloped lives because of war - there come into the picture variables attached to the general interest, the common good, rather than to the specific interest of those directly involved in war on both sides. The common good in the Colombian process, however, is set over different perceptions of what the armed conflict was. It is clear now that war - and therefore Peace - is discussed in the urban areas from the intellect, the analysis, the politics, while in rural areas it is felt to their bones as the only way out of their sustained suffering. Perception of Peace in Colombia varies because some people saw war from afar while others lived under it. This fact by itself creates a division within the Peace process. Therefore, the required common ground to build a comprehensive agreement lies not in the past attached to those different perceptions, but to the future that can be built without the presence of the armed conflict. A future that interest unarmed people more than the political negotiation where individual postures get stubborn pulling a majority (63% abstention) to ignore them. People want their every day practical life. An example to illustrate the point: From all issues touched in the Final Agreement in discussion these days, the one that has not surfaced is the one that impacts all peoples lives - a plan for the countryside - which, if applied, would literally sow growing, development, food, infrastructure, jobs, commerce, and the opportunity, denied for fifty years, to live and work in peace. What the end of the war leaves for Peace to build is productivity with all its growing byproducts like education and health. That is what Peace means for the forty million of people that wants it regardless of the political agreement that ends the war. A war that had its origins in abandoned people and that, therefore, can be repaired and avoided by investing in them.
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In that same order of ideas, Justice people need as a community has to do less with the number of years in prison, this guerrillero or that general, than with the certainty that the society that host them and the State that executes its mandate will establish stern and clear frontiers about what cannot be done even in war because, as a civilized nation, it will not be forgiven in peace. A clear limit that protects the unarmed people. An example for illustration: bomb-collars hung in a girl, dismembering of old men, shots in the neck of innocent youth, massacres of entire families and towns, and all other crimes against Humanity committed by both sides during the war must serve, not to accomplish personal revenges, but to establish a solid limit before any possible future occurrence. A limit that guarantees the common good of the unarmed. In that sense, Peace for people means being certain that Justice will protect them today and tomorrow. To reach that aim, all those involved in the armed conflict must accept and understand that everyone owe something, must carry something, must give way to something, and can contribute with something to a society rebuilding itself. That way, the risk of the agreement to end the war becoming a shelter for own-skins of all origins is avoided, and becomes what the process needs it to be: a national agreement for coexistence. As far as Justice is concerned, political tensions present in the negotiations and represented in the different national powers, have an historic responsibility to leave individual or group interests aside in order to watch for the protection of the forty million inhabitants of the nation now and in the future.
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The Peace agreement therefore, in fact and ironically, re-sanctions the original agreement that rules the nation: the Constitution. The Constitution that, by the way, was written without any gender discrimination because it applies to every one, has suffered in the last decades the misfortune of becoming the tool for governments to get temporal aims. The Constitution, by definition, is atemporal, universal and home of everybody´s rights. That is why an inclusion to its body of 300 pages to bring to the heard seven thousand individuals in a population of forty millions denotes a deficient ability for synthesis to say the least, and impacts the judicial national structure just to give a solution to a moment in time. The agreement does require a legal anchor to protect its decisions from political ever changing winds, but because what society is looking for is an Agreement, the anchor should come from the established and existing powers designed to govern the nation, Executive, Legislative and Justice. It would make little sense that delegating that responsibility derived in a fragmented Constitution. A Constitution that has served the nation well. It is fascinating to see how despite a prolonged war, complex and intricate conflicts, selfishness, cruelty and lack of sense, the Colombian soul always respects Democracy. It did it as a lonely light during military dictatorships in the continent, and it recently proved it in the referendum. The system chosen, Democracy, defined by the Constitution, and respected by everyone is the thread that knits society rebuilding. What the Peace process proposes to people is to change the world if they wish but through political parties, proselytism, and the ability to convince and to sell ideas in order to reach power by the acceptance of the people represented in a vote. Therefore, and because the democratic system so defines it, every representative post in every stage of the state must pass by the ballot boxes. Opening the possibility of acquiring a representative post in Congress in any other way different to a vote in order to solve a conflict in any time, in fact and in rigor, hurts the system as a whole and for the future. Here, also, the atemporal general interest without differentiations is superior to the need of a specific moment. Those that put down weapons to end the war must feel society´s welcoming - acceptance, protection, funding - but must also go though the ballot boxes. That is the system that Colombian society respects and wants to preserve for the future.
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Colombia must see today, more than ever, that hers is the only fifty year fratricide war in the recent history of the planet. Peace means looking for coexistence which can only be achieved, here and in every part of the world, through Tolerance, that virtue that allows understanding of the World and its complex and varied ensemble of diversity, diverse way of thinking, visions, ways of acting, feeling, being. It is understanding that individual rights belong to privacy and intimacy but that the moment they move to collective rights they belong to acceptance and respect for Diversity which is not just a word but true reality. That is how the entire World is. That is why to reach Peace it is necessary to find it in the present process. That is also why this is a magic, marvelous moment when Colombia has at the tip of its fingers a true possibility to end sustained madness in order to open to coexistence which includes competitions, even confrontation of ideas through the democratic ways that rule the nation. To forgive is not to forget it has been said. Broken hearts rarely find a way to be whole again, but there is where the finest soul tissues surface: because pain has been felt, it is possible to help, give way, contribute so that what caused the pain does not happen to others. In that sense, the leaders of the Peace process have a responsibility of wide dimensions. Not only visible political figures, but also all those unknown leaders that in their private lives, disciplines and homes lead the peace of the people able to love, forgive and contribute to the rebuilding of a given piece of land on Earth.
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The Peace process requires now that egos, vanities, and personal interests be put in a vault that looses the combination; that political forces, including that of the redeemed, cover their purpose with the grandeur that history demands of them; that the established powers of Democracy join in a constructive action that will leave trace in the future; and that people begin Peace in their neighborhoods. It is this individual effort - street by street, town by town, city by city - with the strength of the pain left behind, and the hope and impetus of a common, prosperous and peaceful future, what will lead all this effort worked by this government, enriched with all political forces by the referendum, supported by international actors, and by people showing it in the streets - to a happy ending. /Silvia Dávila MM, Earthpipol, Oct. 21, 2016
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