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Alianza Pacífica

Por Silvia Dávila MM

Pipolmagazine/Bogotá/Copyright

Junio 3, 2013

Ilustración Google Images

 

LatPipol

A diferencia de otros continentes como Europa o Asia que albergan toda una variedad de culturas y de lenguajes, la América Latina es una. Un territorio que desde México hasta Argentina incluyendo las islas del Caribe, está habitado por cerca de 600.000.000 millones de personas que comparten las mismas raíces, cultura, lengua y religión. Las delimitaciones geográficas, las divisiones políticas y hasta los distintos acentos no pueden negar ni borrar la contundencia del hecho: América Latina - en esencia- es una, con acceso a los dos más grandes océanos, plantada geográficamente entre Oriente y Occidente, dueña de los más ricos y variados recursos, y unificada por un mismo lenguaje. Vista como es - un sólo territorio - y enfrentada al vertiginoso avance del resto del mundo, la América Latina en particular y las Américas en general, divididas en el contexto global, son un sin sentido.

 

Desde su independencia, como si la lógica de la unión luchara por dejar su confinamiento, los países latinoamericanos han buscado cooperación entre sí. Una somera revisión en Internet arroja páginas y páginas de tratados, acuerdos, protocolos, propuestas, proyectos, convenciones, declaraciones, asociaciones, cumbres, pactos, alianzas y comunidades. Cooperación en tantas áreas como aspectos tiene la vida de los países. Esfuerzos fragmentados, desarticulados, que emplean grandes esfuerzos y presupuestos con resultados variables y poco contundentes. Es por esos que la reciente unión de cuatro países Latinoamericanos en torno al Pacífico es una visión esperanzadora y positiva que, sin embargo, da cabida a un par de pensamientos.

 

La variable fija de América Latina en toda su historia ha sido la inestabilidad social. El viejo esquema heredado por el cual pocos crecen y se desarrollan dejando rezagados a muchos, alimenta la existencia de una fuerza opositora permanente sustentada en el instinto y derecho humano de luchar por alcanzar lo que otros alcanzan. Una fuerza que se convierte a la vez, en fuente de enfrentamientos de toda índole y en freno al avance necesario. Lo ha visto el continente década tras década, dos mundos: de un lado un sector de la población capacitado, productivo y adinerado, y del otro una multitud hambrienta, ignorante y sin posibilidades de avance. Más allá de la inequidad que implica ese escenario, el esquema entroncado en sí mismo da como resultado un continente débil en el mapa global. Muy pocos capacitados para lidiar en igualdad de condiciones con el resto del mundo y una mayoría disminuida pero decidida a encontrar una salida. El liderazgo en América Latina hoy será definido por la naturaleza de esa salida. Las motivaciones siempre definen los resultados. Si la Unión apunta a mantener los privilegios, mantendrá también en el tiempo los enfrentamientos y cargará sin descanso y con dificultad la justa causa de los sin-salida. Por el contrario, si la Unión da como resultado el crecimiento de la gente - educación, capacitación, capacidad productiva, habilidad para interactuar con homólogos de todo el mundo - el beneficio es certero, la unión exitosa y el continente sólido. Los enfrentamientos ideológicos extremos perderían su causa en el momento en que los beneficios abarquen a todos.

 

El otro pensamiento tiene que ver con la Unión misma. De una alianza en el Pacífico sería insensato para Ecuador, recostado sobre ese océano, quedarse por fuera. O Canadá, el país americano con mayor cercanía física al otro lado del mundo. O Bolivia que dentro de una visión de un continente unido encontraría la salida al mar, sin bien no en forma física. En el marco de un continente Unido, los países del Atlántico tendrían acceso al Pacífico y viceversa. Tampoco tendría sentido temerle al poder de Norteamérica llena de conocimientos, tecnología y recursos. Por el contrario, instalada en medio de las Américas, una Latino América sólida contaría con un poderoso aliado en condiciones equitativas. Los países Centroamericanos son el puente creado por la naturaleza para conectar sur y norte, océano con océano. Un corredor mágico. Las islas del Caribe constituyen una recepción única para un territorio grande. Ningún continente en el planeta tiene una proyección tan extraordinaria. La Unión no implicaría debilitar las relaciones con Europa u Oriente. Por el contrario, un eje sólido que desde Alaska hasta la Patagonia reúne a un billón de personas , dinámico, productivo, eficiente sería para todos un campo magnífico para el crecimiento global y para trabajar en conjunto los profundos retos que impone sobre la Tierra el innegable y presente calentamiento global. Una alianza en el Pacífico también da renovada relevancia a Australia. Sur América y África no deberían olvidar que una vez en el tiempo fueron geográficamente uno. Y el tiempo corre. La naturaleza del liderazgo que desarrolle en este momento América Latina - en el conjunto de Las Américas- definirá su curso y su historia. Las posibilidades de una Unión exitosa cuyos primeros pasos acaba de dar la Alianza del Pacífico tiene, sin embargo,  una condición sine qua non: que sea una alianza pacifica. / Silvia Dávila MM, Pipolmagazine, Junio 3, 2013, Bogotá, Copyright. Ilustración Google Images.

 

 

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